TRANSEÚNTE

Diez cuadras o más, a paso despistado, sin fatiga ni prisa.



Son las 7:00, siempre digo que hago 20, pero luego me doy cuenta que son 30, cuando he llegado tarde.



Pero ¿cómo correr? No se puede. Es impropio, irrespetuoso, innecesario. Es como tragar, sin saborear, sin masticar. Las imágenes van de prisa y se pisan, se interrumpen, las estropea el ansía por ser vistas, a pesar de que no soy muy veloz.



De pronto pienso que he visto tanto, a pesar de la miopía y de los lentes en el estuche, se que he visto mucho, y comparo mis ojos con los de los tantos ciegos que andan por ahí trotando el mundo, rodeados de los paisajes increíbles que quizá les de el mar, las montañas, nieve o pastos; yo en cambio con la alfombra triste de asfalto, los luminosos pinos amarillos, las fuentes vacías, los ríos de autos y los cerros de gentel, he visto tanto.



Hoy por ejemplo... no lo recuerdo. Simplemente no lo recuerdo, a pesar de la importancia haya o no tenido. Se necesitan pruebas, testimonios de que un momento ha existido, y lo mejor es que cualquier ser expectante puede ser testigo.



La próxima vez que ande por la calle, asegúrese de ser visto, y devuelva el favor observando a detalle al árbol, a la persona, al lugar en juicio.

Sara Pinedo

Transeúnte

Transeúnte

martes, 1 de junio de 2010

…Un hombre más.



Aún cuando sé que no te tengo, creo tenerte; así dejo de preocuparme por no encontrarte.

En un contexto social “alto”, donde abunda la fiesta, el vino, buena comida y deliciosas damas, Anatol es protagonizada por un sujeto clasificado en la especie “Casanova”, que actualmente ha sido degradada o transformada en muchos otros, cuya explicación no me concierne, más aún si quien lee esto es menor de edad, virgen o inocente; un hombre de esos que según el INEGI han sobre poblado el mundo en busca de conseguir el Guinness al mayor número de mujeres en su lista-cama, mientras por dentro sólo tienen la necesidad insaciable de sentirse amados, acompañados, admirados: Como todo ser humano.

La adaptación del texto de Arthur Schnitzler, presentada tras las bambalinas del teatro Manuel Doblado, expone el irresistible sorbo dulce y amargo que representa la eterna búsqueda de una quimera: la del amor ideal, como cada uno lo imagina y sueña, hasta que tropieza con quien posee una concepción propia, y por lo tanto distinta; entonces se mezclan por el tiempo necesario, sin ser nunca homogéneos, hasta que se vierte el vaso y cada líquido corre por la misma barra hasta formar un nuevo trago, quizá más dulce, quizá más amargo. Anatol ha creado y saboreado toda la coctelería, y hasta su muerte es incapaz de beber de un sólo vaso y terminarlo.

Los vestuarios de Mario Marín del Río y la coreografía de Nora Salgado son lo más agradecido (desde mi humilde perspectiva) de este trabajo, dirigido por el muy distinguido Martín Acosta, que deja la sede de su trabajo en el Distrito Federal, para conjugar su talento con el de actores y creativos leoneses- guanajuatenses, que fue presentado también dentro del Festival Internacional Cervantino.

Trabajar bajo la alta expectativa del público, los medios, y la propia, es un reto bien logrado con este montaje; sin embargo, me queda una pregunta clavada como espina: ¿a qué se debe la elección de este texto, sin agraviar a Arthur Schnitzler?

Te dejo, pero no me dejes.

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