TRANSEÚNTE

Diez cuadras o más, a paso despistado, sin fatiga ni prisa.



Son las 7:00, siempre digo que hago 20, pero luego me doy cuenta que son 30, cuando he llegado tarde.



Pero ¿cómo correr? No se puede. Es impropio, irrespetuoso, innecesario. Es como tragar, sin saborear, sin masticar. Las imágenes van de prisa y se pisan, se interrumpen, las estropea el ansía por ser vistas, a pesar de que no soy muy veloz.



De pronto pienso que he visto tanto, a pesar de la miopía y de los lentes en el estuche, se que he visto mucho, y comparo mis ojos con los de los tantos ciegos que andan por ahí trotando el mundo, rodeados de los paisajes increíbles que quizá les de el mar, las montañas, nieve o pastos; yo en cambio con la alfombra triste de asfalto, los luminosos pinos amarillos, las fuentes vacías, los ríos de autos y los cerros de gentel, he visto tanto.



Hoy por ejemplo... no lo recuerdo. Simplemente no lo recuerdo, a pesar de la importancia haya o no tenido. Se necesitan pruebas, testimonios de que un momento ha existido, y lo mejor es que cualquier ser expectante puede ser testigo.



La próxima vez que ande por la calle, asegúrese de ser visto, y devuelva el favor observando a detalle al árbol, a la persona, al lugar en juicio.

Sara Pinedo

Transeúnte

Transeúnte

miércoles, 9 de septiembre de 2009

¡Cómo hacer un tango en 10 pasos!


En un suelo que no es el mío, donde no reconozco ninguna faz, en el momento más vulnerable, ataca la soledad. Cargando a cuestas fantasmas de antaño, recuerdos moribundos, fetos de sueños que no nacerán, y deseos que quisiera matar… En otro momento quizás me harían daño,ahora estoy tan solo que comienzo a necesitarlos.


Si Armando Holzer diera clases de cocina y “Al ras” fuera la especialidad de la tarde, no sacaría del microondas el platillo listo para saborear, no lo decoraría, ni serviría e invitaría a probarle. A cambio, tomaría cada ingrediente de forma individual y mostraría de dónde proviene, a qué huele, cómo se siente al tacto, qué figura y color tiene, a qué sabe… en fin, ¡que no impresione la forma, sin que se perciba la esencia!


Ese momento, hubiese sido descrito por mi tía como “un muchacho con lombrices”, y sería totalmente valido como opinión, porque esta puesta no busca construir un determinado pensamiento o sentimiento en el espectador, no tiene la pretensión de pavonearse diciendo: “Así se baila el tango”. Es un trabajo dedicado al interior que todos poseemos y la mayoría olvidamos, si bien son pasos que evocan a la estética, también son de lo más cotidianos: Trasladarse, girar, mantenerse estático, mover articulaciones, perder el equilibrio, brincar, ¡respirar! Tan maravilloso cada movimiento, cada pliegue y expansión del cuerpo, es una lástima que deban nombrarlo protagonista para percibirlo, y peor aún, en el otro. Jamás en uno mismo.


Darío Castro ejerce a la perfección un protagónico donde el personaje es el mismo, representando a tantos con una historia similar que contar. Gracias a la emotiva conjugación de la palabra, música, imagen y danza, podemos hallarnos frente al sentimiento de la partida, el camino y el regreso. Diez piezas, diez sensaciones distintas con un solo hombre y dos valijas cargadas con él dentro: sus raíces, recuerdos, orígenes, anhelos… nostalgias que se tienen cuando de pronto se ve al mundo y se siente ajeno.


Holzer traduce y resuelve la pasión tradicional del tango de diez formas, todas dentro de la cotidianeidad del movimiento, y dentro de circunstancias naturales del ser humano, haciendo al cuerpo y a cada una de sus articulaciones, protagonistas, merecedoras de reconocimiento.


El dolor y placer conjugados en el tango exponen maravillosamente el eterno drama humano.


Sara Pinedo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Ser bonita es lo de menos.


Cuando una mujer llora constantemente, sus ojos reducen su tamaño para evitar que se deshidrate por completo. Un vez que el llanto cesa, la superficie interna de su cuerpo ha perdido líquidos y por lo tanto se torna áspera, rígida, acartonada, incapaz de denotar sentimientos...


No fue cualquier lágrima pasajera, ambiental, de moda; fue provocada, inevitable, como el silencio necesario, como la risa imprudente. Mi atención estaba más en su cuerpo que en el mío, me estaba abandonado o quizás guiando, cuando entre feroces gestos el abdomen se contrajo, con veloces palabras las piernas temblaron, y en una carrera con resultado de empate dos gotas se escaparon.


Supe que había pasado, no era una historia ajena a mí, ya antes la había tenido de frente; tal vez con otro guión y distinta protagonista, pero era la misma.


Aproximadamente hace 10 años había vivido un abuso sexual similar al que expone Angélica Liddell, y no precisamente como espectador, esa injusticia que comparada con los brutales casos de violaciones, mutilaciones y asesinatos, parece insignificante, pero que para sus protagonistas para nada lo es, más aún cuando por vergüenza “se le doblan las esquinas” y se guarda al fondo del baúl de madera, debajo de la ropa colorida, las fotos de amigas, los juguetes favoritos y los libros que te gustaba leer antes de que tu tío interrumpiera tu pasatiempo para tocarte los senos… reprimiendo recuerdos cuando más valiera haberlo escrito en varios post-its amarillos y pegarlos al refrigerador junto tus dibujos, calificaciones, recibos de pago y la lista del mandado.


La actriz ibérica deja en completo silencio al Teatro Manuel Doblado mientras grita como recibió su primer título de puta, acompañado de un golpe patrocinado por su padre militar; le robó risas relatando irónicamente sus destrozados ideales de infancia leyendo Heidi, Mujercitas, la biografía de Maria Antonieta y Aprendiendo a volar; lo sorprendió cortando sus piernas y quemando sus manos para manifestar el repudio ante una sociedad que ve a la mujer como un adorno provisional o un objeto sexual y su apatía ante los hombres que las consideran inferiores: “¡quiero ser una verga entre las vergas, no una concha entre las vergas!”.


No hay forma de expresar un desgarre interno, que no sea desgarrándose por fuera, y es exactamente lo que hace Lidell, mostrando a una mujer que se aleja del mundo enajenada, defraudada, devastada por el género masculino, buscando incluso la utópica inocencia erótica en un animal: “¡un caballo vale más que todos vosotros juntos!”.


En definitiva, “No soy bonita” no es un montaje para disfrutar, divertirse, u olvidarse de la realidad en el teatro, sino todo lo contrario: para reflexionar la situación tan real como cotidiana e ignorada, para incomodarse gracias al texto o al trabajo de cuerpo, avergonzarse porque nuestro país sirve como fiel ejemplo de la iniquidad y misoginia mundial, cuando Angélica dice que “a México hay que venir con una cruz”, haciendo referencia a las muertas de Juárez, mientras los demás cruzamos los brazos o nos dedicamos a aplaudir una obra de teatro donde no hay quien reciba los aplausos.


Si “las mujeres se dividen en vírgenes, paridoras y putas”,

yo quiero ser puta.

Las vírgenes pronto serán paridoras.

Las paridoras pronto serán abandonadas.

Las putas siempre serán putas.



Sara Pinedo