TRANSEÚNTE

Diez cuadras o más, a paso despistado, sin fatiga ni prisa.



Son las 7:00, siempre digo que hago 20, pero luego me doy cuenta que son 30, cuando he llegado tarde.



Pero ¿cómo correr? No se puede. Es impropio, irrespetuoso, innecesario. Es como tragar, sin saborear, sin masticar. Las imágenes van de prisa y se pisan, se interrumpen, las estropea el ansía por ser vistas, a pesar de que no soy muy veloz.



De pronto pienso que he visto tanto, a pesar de la miopía y de los lentes en el estuche, se que he visto mucho, y comparo mis ojos con los de los tantos ciegos que andan por ahí trotando el mundo, rodeados de los paisajes increíbles que quizá les de el mar, las montañas, nieve o pastos; yo en cambio con la alfombra triste de asfalto, los luminosos pinos amarillos, las fuentes vacías, los ríos de autos y los cerros de gentel, he visto tanto.



Hoy por ejemplo... no lo recuerdo. Simplemente no lo recuerdo, a pesar de la importancia haya o no tenido. Se necesitan pruebas, testimonios de que un momento ha existido, y lo mejor es que cualquier ser expectante puede ser testigo.



La próxima vez que ande por la calle, asegúrese de ser visto, y devuelva el favor observando a detalle al árbol, a la persona, al lugar en juicio.

Sara Pinedo

Transeúnte

Transeúnte

domingo, 25 de julio de 2010

El último vestigio de un ser humano



En una pequeña caja blanca había un par de zapatillas azul rey del no. 3,

cuando tenía 8 años nadaban en mis pies.

Las guardé celosamente para usarlas cuando creciera.

A los 15 años calzaba del 5.



Hurgar en el ropero de la abuela, en los closets rezagados de mis tías, en los secretos de mi madre, siempre fueron aventuras grandes para una niña: Jugar a crecer, a ser como ellas, a disfrazarme del futuro.

Tiempo después ya era grande y no deseaba imaginarme grande, ahora tomaba el retorno y escarbaba hondo, hasta encontrar raíces. Los vestidos arriba de la rodilla, cuello de tortuga, rombos en el pecho y colores nada discretos ahora emprendían otro tipo de vuelo: Mis tías usándolos, indagando dóndes y cuándos, inventando compañías y escenarios.

Con el paso de los años a penas se van reuniendo pistas, recaudando pruebas, elementos de la vida cotidiana, por valiosos o insignificantes que parezcan: fotografías, revistas, libros, cartas, santitos, coches de juguete, o animales… que más tarde, cuando no tenemos que pararnos en puntas para mirar a su altura, nos dan respuestas. Se vuelven el último vestigio de un ser humano.

Mi padre tenía una pequeña grabadora con la clásica lengua de Kiss en cada bocina, en ella grabamos algunas canciones, no de Kiss precisamente, sino algo como “Un elefante se columpiaba” y “Estrellita dónde estás”, acompañados del pandero y un piano en forma de pastel de cumpleaños. Cuando nos aburríamos de los coros de las pocas canciones que me sabía a los tres años, venían los chistes malos de mi padre:
“Un mosquito le pide permiso a su padre para ir al circo.

- ¡Papá, Papá, ¿me das permiso de ir al circo?

- Sí, hijo. Nada más cuídate de los aplausos.”

A los que mi réplica era una risa fingida y un “¿Y luego…?”

Hace mucho que no veo a mi padre, esa cinta, y un escarabajo, son los únicos testigos de que estuvo conmigo, ante el juicio con el olvido.

Trazar dos líneas de tiempo, la del nacimiento y la de la muerte de seis personajes, se logra básicamente a partir de un pedazo de tiza. Pero relatarlas, caminar sobre ellas a manera de cuerda floja, paso a paso y detalle a detalle, requiere de enfrentar al actor con sí mismo, de entregarle al espectador además de un montaje teatral (muy a pesar de lo que puedan decir la Real Academia del Teatro Leonés) donde no hay duda de la veracidad, una serie de experiencias y emociones privadas vertidas en una historia pública: La Dictadura militar en Argentina.

Bajo una creativa, funcional y divertida dirección que arriesga y explota elementos musicales y visuales en tiempo real, kilos de colorida ropa y sillas de diferentes estilos, colores y épocas, Lola Arias hace que nos cuestionemos ¿Qué sabe uno de la vida cuando nace?, ¿Qué sabe del mundo?, ¿Qué sabe de sus padres?

“Mi vida después”, es el retrato desquebrajado de Argentina en una época de miseria, opresión e injusticia a través de retazos de los padres de seis actores, que se interpretan a sí mismos. ¿O debería escribir: “El retrato de la desquebrajada vida de sus padres a través de retazos de Argentina…”?

El oficio de sacerdote, reportero, obrero, se sumergen a su modo en el movimiento guerrillero. Todos padres de una generación que necesita Recordar, imaginar, soñar: Las caras que puede tener una persona, las muertes que puede tener una vida. Al padre que desearías haber conocido un poco, o un poco más, al que desearías olvidar. A la patria de los progenitores, y la que conocerán los hijos.

Esta es la revolución a nuestro modo, al menos ahora, sin armas, sin violencia, sin privar la libertad, sin más fuerza que la que se pueda imprimir en un texto, en la interpretación, y la de voluntad.

La historia del mundo surge a partir de la historia propia.

Sara Pinedo.

sábado, 10 de julio de 2010

La “Generación espontánea”.



¡Que no me chupes la oreja!

Hay quienes mal acostumbramos el sentido del oído al típico sonido del claxon, voces, televisor, la música del Ipod, la de los compañeros de trabajo, el soundtrack de algunas películas… y de vez en cuando lo sacamos de la rutina gracias a recomendaciones, casualidades, e indagaciones, que sin duda el martillo, yunque, estribo, caracol, cerebro, y demás órganos agradecen.

Tal fue el caso del excelente masaje auditivo proporcionado por la voz de Iraida Noriega, y los acordes de Alex Otaola, guitarrista mexicano de bandas como Santa Sabina y La Barranca, el día de ayer, tras la pobre presentación del Programa FIAC 2010 (ojo, dije “pobre presentación del programa”, no “presentación del pobre programa”).

La afamada cantante, regresa a León bien acompañada, y con una provocativa fusión del Jazz con diversos géneros como el Blues, Folk, Funk, y Canto Tribal, valiéndose de un par de guitarras (acústica y eléctrica), sintetizador, amplificador, pedal, y los matices que sólo una experimentada voz puede explotar; llevando al público, de la mirada fija, a las manos en los oídos, el cuello al hombro, la gesticulación y los calosfríos.

Las instalaciones del Teatro Manuel Doblado, sirvieron también como marco para el artista visual Irapuatense, Jazzamoart (Francisco Javier Vázquez, en la pila bautismal), que “en vivo” se encargó de crear un ambiente evolutivo sobre el escenario, llevándolo del “vacío”, al vómito de colores, utilizando únicamente cuatro lienzos, cutter, pinturas y montonal de papel (el cual espero que sea reutilizado). Formando así un espectáculo realizado en tres planos: los musicales y el físico.

Un espectáculo único e irrepetible, porque su clave es la improvisación, el arte de crear espontáneamente, teniendo como herramientas el conocimiento y la imaginación; una característica que marca el estilo del Jazz. Entre cada pieza no hubo oportunidad ni libertad para el aplauso, pero al final fue contundente, en medio de una pieza a capela que parecía no haber terminado.

La vida se improvisa.

Sara Pinedo.

martes, 1 de junio de 2010

Prohibido: Un laxante efectivo.




“La mayoría de las cosas que percibimos son inexpresables”,
se quedan dentro, no se comparten…
Pero la digestión, es un proceso requerido por el cuerpo.

¿Hay algo que quieras decir? Seguro que sí, quizá justo en este momento tratas de recordarlo, pero realmente podrían ser tantos verbos, tantos nombres, tantos textos que se apilan en la garganta impidiéndose el paso colectivamente, provocando una carraspera mental que no hay agua que calme.

Los malos médicos del IMSS, pero buenos en sus consultorios particulares, y los actores con batas blancas en los comerciales de medicamentos, recomiendan una vez a la semana, arrojar, aún contra la voluntad propia, y más aún contra la de los demás, todo aquello que cause molestia a las anginas neuronales, a base de: Escupitajos cotidianos, una sesión de vómito, diez series de cinco minutos de insultos, una hora de gritos al vacío, o media hora de charlas al espejo.

No es necesario mencionar síntomas del mal, porque cuando se padece, uno bien lo sabe, pero sí es importante recordar que todas las emociones reprimidas se somatizan en formas orgánicas, como dolores de cabeza, tumores, hasta cáncer (aunque el día de hoy todo lo provoque). Y como dicen, más vale prevenir, que lamentar.

Cuatro actores interpretando quizá a ellos mismos, a conocidos, a una mezcla de todo lo que les intriga, y a la vez repugna de las situaciones y los personajes que habitan el mundo que compartimos, expresando lo que muchos que se limitan a pensar, gritando lo que sólo se atreven a susurrar, cerrando el puño cuando los demás prefieren cruzar los brazos.

Habrá quienes le llamen Teatro y quienes lo consideren fuera del género, pero honestamente es lo de menos. Prohibido es un acontecimiento escénico que ejemplifica el cotidiano conflicto humano desde la perspectiva más natural: Aquella de quienes también lo experimentan a diario, como cualquiera que ocupa un lugar entre el público, o el que decidió no acompañarnos.

Donde no hay paredes, no hay obstáculos. No hay impedimentos para comunicarnos. En la silla de al lado, frente a frente, al grado del contacto, actor y espectador son uno mismo, porque la historia es de ambos.

Sara Pinedo.

A veces hace falta que griten mi nombre para saber que me llamo así



Con una audiencia previamente identificada con sus nombres al pecho, el reloj marcando una hora indicada y la proyección iluminando la sala, Teresa Alison Pérez aborda a la audiencia con un respetuoso saludo, segura y dominante se presenta diciendo "soy un hombre", la frase que rompe con nuestra careta de conferencia verdadera.

El híbrido del lenguaje especializado y la cotidianeidad de la vivencia marcan el inicio de la ponencia, abarcando en breve desde la definición de psicología hasta experiencias con el primer hombre de la vida: El padre.

De aquí en adelante, mientras ruedan demandas maquilladas de temas, realidades que fluyen como comedia, y estereotipos vestidos de personajes tan cercanos como el de al lado, seremos testigos de las respuestas a preguntas no hechas: ¿te ha pasado?, ¿es tu caso?, ¿se parece a tu madre?, ¿te recordó a tu marido?, ¿eres así con tu mujer?... y con la agradable melodía de risas como fondo, Teresa entonando , y las mujeres haciéndole coros, vienen réplicas: las cabezas asienten, las amigas se señalan y murmuran, las parejas se miran, y los hombres dudan.

No muy lejos del inicio, el "Taller de crecimiento profesional" se vuelve dinámico, la ponente se apoya en su audiencia, ejemplifica con ella, la cuestiona y pide su opinión… y aunque no lo haga, de pronto hay proyecciones tales que llevan a la mujer a cooperar con gritos como: "¡se lo hubieras cortado!", "¡¿eso te dijo?!", "¡Cabrón!", o las clásicas risas aisladas, estridentes y delatadoras, que suelen acompañarse con mejillas sonrojadas.

De esta forma, se aborda el primer amor, la experta sexual, el hombre a quien salvar, el marido ideal, la fémina desesperada, los sueños rotos, la planeación no consultada, la herencia de toda madre, la mujer como enemiga de su propio género, los machos que no cambian, la hembra abnegada, la represión, discriminación, abuso, desigualdad, injusticia, y otras tantas que incluso suman los espectadores al comparar el monólogo, con su propia función diaria.

Y qué mejor forma de culminar toda una reflexión sobre la cotidiana relación hombre-mujer, que con una fuerte invitación a empujar de los oídos la experiencia de esa noche y llevarla directo a la cabeza, el corazón, y de ahí a la práctica… pero AMBOS GÉNEROS, porque no se trata de buscar culpables inmediatos, sino de encontrar soluciones a un fenómeno presente desde hace décadas y décadas, para el que una hora puede resultar insignificante, si no se considera que suele pesar más la calidad de un texto, que la cantidad de años gritoneando.

Con "Nosotras lo hacemos mejor", Roberto Ramos Perea, plasmó una regla para la que parece no haber excepción.

…Un hombre más.



Aún cuando sé que no te tengo, creo tenerte; así dejo de preocuparme por no encontrarte.

En un contexto social “alto”, donde abunda la fiesta, el vino, buena comida y deliciosas damas, Anatol es protagonizada por un sujeto clasificado en la especie “Casanova”, que actualmente ha sido degradada o transformada en muchos otros, cuya explicación no me concierne, más aún si quien lee esto es menor de edad, virgen o inocente; un hombre de esos que según el INEGI han sobre poblado el mundo en busca de conseguir el Guinness al mayor número de mujeres en su lista-cama, mientras por dentro sólo tienen la necesidad insaciable de sentirse amados, acompañados, admirados: Como todo ser humano.

La adaptación del texto de Arthur Schnitzler, presentada tras las bambalinas del teatro Manuel Doblado, expone el irresistible sorbo dulce y amargo que representa la eterna búsqueda de una quimera: la del amor ideal, como cada uno lo imagina y sueña, hasta que tropieza con quien posee una concepción propia, y por lo tanto distinta; entonces se mezclan por el tiempo necesario, sin ser nunca homogéneos, hasta que se vierte el vaso y cada líquido corre por la misma barra hasta formar un nuevo trago, quizá más dulce, quizá más amargo. Anatol ha creado y saboreado toda la coctelería, y hasta su muerte es incapaz de beber de un sólo vaso y terminarlo.

Los vestuarios de Mario Marín del Río y la coreografía de Nora Salgado son lo más agradecido (desde mi humilde perspectiva) de este trabajo, dirigido por el muy distinguido Martín Acosta, que deja la sede de su trabajo en el Distrito Federal, para conjugar su talento con el de actores y creativos leoneses- guanajuatenses, que fue presentado también dentro del Festival Internacional Cervantino.

Trabajar bajo la alta expectativa del público, los medios, y la propia, es un reto bien logrado con este montaje; sin embargo, me queda una pregunta clavada como espina: ¿a qué se debe la elección de este texto, sin agraviar a Arthur Schnitzler?

Te dejo, pero no me dejes.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuando se rompe el gusto.




Las ideologías suelen ser las más grandes fronteras entre los seres humanos.



La primera vez que "Pedro y el capitán" cayó en mis manos, lo probé y no fui capaz de detenerme hasta devorarlo. Fue delicioso incluso el proceso de digestión, como cuando se pasa mucho tiempo sin comer un platillo tan bien guisado.



Sin embargo, el paso de las letras al escenario es un reto garantizado. La calidad de la palabra escrita no avala de ningún modo el éxito de un espectáculo. Tal fue el caso del texto de Mario Benedetti, con la producción del CEPAC y bajo la dirección de Rosario Martínez, en el cual, desde la humilde perspectiva de un espectador de la octava fila, prefiero quedarme con la concepción de la obra que surgió de mi lectura, el conocimiento del contexto y la imaginación.



Quizá de no tener como antecedente la literatura de Benedetti, habría puesto menos barreras a la recepción del montaje, pero ¿de qué forma disfrutarlo cuando la mitad de ese valiosísimo texto quedó perdido en el proscenio del Teatro Doblado? Aún así, me atrevo a decir que fue notoria la ausencia de un análisis más profundo del argumento.



Benedetti habla de una sala de interrogatorio, sí, que más que ser el descanso de la tortura física es el paso a la tortura psicológica, y en la cual Pedro resulta triunfante a pesar de perder la vida, dejando a su verdugo como un muerto que camina y respira. Llegan a formar un "juego" de confesiones en el que finalmente el interrogado, resulta interrogador y viceversa. Donde quien mata, suplica al otro que no muera. Y el que fallece, aparentemente destrozado, representa la vida más completa.



Debido al maltrato físico, Pedro deteriora gradualmente su aspecto en cada uno de los cuatro actos, pero sin decir una sola palabra que señale o contradiga a los cómplices y dogmas de su izquierda. Continúa así aún cuando pasa por el delirio y hasta fenecer, arrastrando consigo la vida del Capitán, que queda desnudo, vacío por dentro, contemplando la miseria que siempre ha llevado consigo y que hasta ahora, cuando ve de frente la muerte más digna, da por cierta.



El autor no concibió de manera alguna un "Súper Pedro" que se dejara ver cada vez más entero cuando regresa de charlar con la picana. Ni un capitán blando, que se torna débil, sumiso, bajando la voz y la cabeza. Es completamente incongruente hacer evidente la fuerza de Pedro en su postura, voz y desplazamientos. Así como es imposible percibir la metamorfosis de los dos personajes, si nunca tuvimos en el escenario a un capitán dominante y autoritario. La explosión, ese fuego que mantiene vivo al rebelde y al otro lo termina consumiendo, se refiere meramente al interior de ambos ni "monstruos", ni "santos", simplemente humanos.



En resumen, no fue un montaje que me agradara, muy a pesar de las favorables críticas televisivas que recibió. Obviamente, el gusto se rompe en géneros, y los géneros en contextos, conocimientos, y otros conceptos. Yo siempre he sabido poco, pero mi gusto es mío y no está en juicio. Puedo justificarlo, pero no cambiarlo.



Sara Pinedo.



"Tenemos que recuperar la objetividad,
como una de las formas de recuperar la verdad,
y tenemos que recuperar la verdad
como una de las formas de merecer la victoria."
Mario Benedetti.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El tren se va, las vías se quedan.


La mejor forma de ahogar un sueño es alejarlo de la voluntad y encargárselo al tiempo.

¿Qué hiciste hoy? ¿Eres feliz haciéndolo? ¿Si pudieras elegir hacer otra cosa, qué sería?... vaya pregunta estúpida esta última, "si pudieras"…


Poder. Dícese de la facultad de ejercer la voluntad. ¿Qué limita a la voluntad? Me gustaría gritar ¡Nada! y culminar en un párrafo la reflexión, pero un día, el día que divide a la infancia de todos los años que le siguen, alguien puso cemento a mis zapatos y pinchó los globos de helio que me elevaban del suelo.


¿Qué limita la voluntad? Tantas cosas… el deber sobre el querer, la carencia o temor a la libertad, los sentimientos que nos atan a los demás. Los demás, siempre los demás. La maldición de vivir en sociedad, de nacer y morir dependientes, olvidarse de pensar de forma individual, el miedo al fracaso o la soledad; el afán de cortar el cordón umbilical para pegarlo en el ombligo de alguien más.


Hace tiempo, mucho tiempo, yo sería cantante. Hace tiempo, menos tiempo, yo estudiaría filosofía y letras lejos de casa. Hace un año escribiría mi primer libro. Hace un mes pisaría el mundo mochila al hombro. Hace una semana renunciaría al trabajo burocrático que tengo. Ayer he recordado todo lo que no he hecho…

Evangelina y Emilia nacen con el deseo de salir de su pueblo, crecen planeando una vida lejos de él, en una ciudad distinta, con mejores hombres, mejores edificios, mejores aires que los que poco a poco encorvan sus cuerpos y tiñen de blanco sus cabellos. Ahí, sentadas al ras de la vía, esperan un tren que nunca es el mismo. A cada vuelta carga consigo años, vivencias, aparentes complicaciones para un viaje del que nunca se compró boleto.

Partiendo de un utópico viaje a Roma, la compañía A Flor de Piel, con las actuaciones de Luz Pérez y Rosario Martínez encarnando el ideal de dos mujeres a través de su infancia y hasta la vejez, compartió con su público un tema bastante reflexivo pero relatado de un modo sencillo e incluso humorístico. ¿Cuánto tiempo invertimos haciendo planes que nunca llegan?, ¿A dónde van esos ideales petrificados que fueron algún día motivo de iluminarnos?


Definitivamente es hoy o nunca. Quiero pensar eso. ¡No!, No sólo quiero. Pienso eso. Lo pienso para evitar mirarme en algunos años imaginando en una banca los lugares que no pisé, los hombres con los que no me acosté, la comida que no probé, la tristeza que no sufrí y jamás lloré.La vida que cansada de pensar en el "qué haré", no disfruté.


Más valiera omitir las oraciones en futuro que nunca llegan al presente.



Sara Pinedo.