TRANSEÚNTE

Diez cuadras o más, a paso despistado, sin fatiga ni prisa.



Son las 7:00, siempre digo que hago 20, pero luego me doy cuenta que son 30, cuando he llegado tarde.



Pero ¿cómo correr? No se puede. Es impropio, irrespetuoso, innecesario. Es como tragar, sin saborear, sin masticar. Las imágenes van de prisa y se pisan, se interrumpen, las estropea el ansía por ser vistas, a pesar de que no soy muy veloz.



De pronto pienso que he visto tanto, a pesar de la miopía y de los lentes en el estuche, se que he visto mucho, y comparo mis ojos con los de los tantos ciegos que andan por ahí trotando el mundo, rodeados de los paisajes increíbles que quizá les de el mar, las montañas, nieve o pastos; yo en cambio con la alfombra triste de asfalto, los luminosos pinos amarillos, las fuentes vacías, los ríos de autos y los cerros de gentel, he visto tanto.



Hoy por ejemplo... no lo recuerdo. Simplemente no lo recuerdo, a pesar de la importancia haya o no tenido. Se necesitan pruebas, testimonios de que un momento ha existido, y lo mejor es que cualquier ser expectante puede ser testigo.



La próxima vez que ande por la calle, asegúrese de ser visto, y devuelva el favor observando a detalle al árbol, a la persona, al lugar en juicio.

Sara Pinedo

Transeúnte

Transeúnte

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cuando se rompe el gusto.




Las ideologías suelen ser las más grandes fronteras entre los seres humanos.



La primera vez que "Pedro y el capitán" cayó en mis manos, lo probé y no fui capaz de detenerme hasta devorarlo. Fue delicioso incluso el proceso de digestión, como cuando se pasa mucho tiempo sin comer un platillo tan bien guisado.



Sin embargo, el paso de las letras al escenario es un reto garantizado. La calidad de la palabra escrita no avala de ningún modo el éxito de un espectáculo. Tal fue el caso del texto de Mario Benedetti, con la producción del CEPAC y bajo la dirección de Rosario Martínez, en el cual, desde la humilde perspectiva de un espectador de la octava fila, prefiero quedarme con la concepción de la obra que surgió de mi lectura, el conocimiento del contexto y la imaginación.



Quizá de no tener como antecedente la literatura de Benedetti, habría puesto menos barreras a la recepción del montaje, pero ¿de qué forma disfrutarlo cuando la mitad de ese valiosísimo texto quedó perdido en el proscenio del Teatro Doblado? Aún así, me atrevo a decir que fue notoria la ausencia de un análisis más profundo del argumento.



Benedetti habla de una sala de interrogatorio, sí, que más que ser el descanso de la tortura física es el paso a la tortura psicológica, y en la cual Pedro resulta triunfante a pesar de perder la vida, dejando a su verdugo como un muerto que camina y respira. Llegan a formar un "juego" de confesiones en el que finalmente el interrogado, resulta interrogador y viceversa. Donde quien mata, suplica al otro que no muera. Y el que fallece, aparentemente destrozado, representa la vida más completa.



Debido al maltrato físico, Pedro deteriora gradualmente su aspecto en cada uno de los cuatro actos, pero sin decir una sola palabra que señale o contradiga a los cómplices y dogmas de su izquierda. Continúa así aún cuando pasa por el delirio y hasta fenecer, arrastrando consigo la vida del Capitán, que queda desnudo, vacío por dentro, contemplando la miseria que siempre ha llevado consigo y que hasta ahora, cuando ve de frente la muerte más digna, da por cierta.



El autor no concibió de manera alguna un "Súper Pedro" que se dejara ver cada vez más entero cuando regresa de charlar con la picana. Ni un capitán blando, que se torna débil, sumiso, bajando la voz y la cabeza. Es completamente incongruente hacer evidente la fuerza de Pedro en su postura, voz y desplazamientos. Así como es imposible percibir la metamorfosis de los dos personajes, si nunca tuvimos en el escenario a un capitán dominante y autoritario. La explosión, ese fuego que mantiene vivo al rebelde y al otro lo termina consumiendo, se refiere meramente al interior de ambos ni "monstruos", ni "santos", simplemente humanos.



En resumen, no fue un montaje que me agradara, muy a pesar de las favorables críticas televisivas que recibió. Obviamente, el gusto se rompe en géneros, y los géneros en contextos, conocimientos, y otros conceptos. Yo siempre he sabido poco, pero mi gusto es mío y no está en juicio. Puedo justificarlo, pero no cambiarlo.



Sara Pinedo.



"Tenemos que recuperar la objetividad,
como una de las formas de recuperar la verdad,
y tenemos que recuperar la verdad
como una de las formas de merecer la victoria."
Mario Benedetti.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El tren se va, las vías se quedan.


La mejor forma de ahogar un sueño es alejarlo de la voluntad y encargárselo al tiempo.

¿Qué hiciste hoy? ¿Eres feliz haciéndolo? ¿Si pudieras elegir hacer otra cosa, qué sería?... vaya pregunta estúpida esta última, "si pudieras"…


Poder. Dícese de la facultad de ejercer la voluntad. ¿Qué limita a la voluntad? Me gustaría gritar ¡Nada! y culminar en un párrafo la reflexión, pero un día, el día que divide a la infancia de todos los años que le siguen, alguien puso cemento a mis zapatos y pinchó los globos de helio que me elevaban del suelo.


¿Qué limita la voluntad? Tantas cosas… el deber sobre el querer, la carencia o temor a la libertad, los sentimientos que nos atan a los demás. Los demás, siempre los demás. La maldición de vivir en sociedad, de nacer y morir dependientes, olvidarse de pensar de forma individual, el miedo al fracaso o la soledad; el afán de cortar el cordón umbilical para pegarlo en el ombligo de alguien más.


Hace tiempo, mucho tiempo, yo sería cantante. Hace tiempo, menos tiempo, yo estudiaría filosofía y letras lejos de casa. Hace un año escribiría mi primer libro. Hace un mes pisaría el mundo mochila al hombro. Hace una semana renunciaría al trabajo burocrático que tengo. Ayer he recordado todo lo que no he hecho…

Evangelina y Emilia nacen con el deseo de salir de su pueblo, crecen planeando una vida lejos de él, en una ciudad distinta, con mejores hombres, mejores edificios, mejores aires que los que poco a poco encorvan sus cuerpos y tiñen de blanco sus cabellos. Ahí, sentadas al ras de la vía, esperan un tren que nunca es el mismo. A cada vuelta carga consigo años, vivencias, aparentes complicaciones para un viaje del que nunca se compró boleto.

Partiendo de un utópico viaje a Roma, la compañía A Flor de Piel, con las actuaciones de Luz Pérez y Rosario Martínez encarnando el ideal de dos mujeres a través de su infancia y hasta la vejez, compartió con su público un tema bastante reflexivo pero relatado de un modo sencillo e incluso humorístico. ¿Cuánto tiempo invertimos haciendo planes que nunca llegan?, ¿A dónde van esos ideales petrificados que fueron algún día motivo de iluminarnos?


Definitivamente es hoy o nunca. Quiero pensar eso. ¡No!, No sólo quiero. Pienso eso. Lo pienso para evitar mirarme en algunos años imaginando en una banca los lugares que no pisé, los hombres con los que no me acosté, la comida que no probé, la tristeza que no sufrí y jamás lloré.La vida que cansada de pensar en el "qué haré", no disfruté.


Más valiera omitir las oraciones en futuro que nunca llegan al presente.



Sara Pinedo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

¡Cómo hacer un tango en 10 pasos!


En un suelo que no es el mío, donde no reconozco ninguna faz, en el momento más vulnerable, ataca la soledad. Cargando a cuestas fantasmas de antaño, recuerdos moribundos, fetos de sueños que no nacerán, y deseos que quisiera matar… En otro momento quizás me harían daño,ahora estoy tan solo que comienzo a necesitarlos.


Si Armando Holzer diera clases de cocina y “Al ras” fuera la especialidad de la tarde, no sacaría del microondas el platillo listo para saborear, no lo decoraría, ni serviría e invitaría a probarle. A cambio, tomaría cada ingrediente de forma individual y mostraría de dónde proviene, a qué huele, cómo se siente al tacto, qué figura y color tiene, a qué sabe… en fin, ¡que no impresione la forma, sin que se perciba la esencia!


Ese momento, hubiese sido descrito por mi tía como “un muchacho con lombrices”, y sería totalmente valido como opinión, porque esta puesta no busca construir un determinado pensamiento o sentimiento en el espectador, no tiene la pretensión de pavonearse diciendo: “Así se baila el tango”. Es un trabajo dedicado al interior que todos poseemos y la mayoría olvidamos, si bien son pasos que evocan a la estética, también son de lo más cotidianos: Trasladarse, girar, mantenerse estático, mover articulaciones, perder el equilibrio, brincar, ¡respirar! Tan maravilloso cada movimiento, cada pliegue y expansión del cuerpo, es una lástima que deban nombrarlo protagonista para percibirlo, y peor aún, en el otro. Jamás en uno mismo.


Darío Castro ejerce a la perfección un protagónico donde el personaje es el mismo, representando a tantos con una historia similar que contar. Gracias a la emotiva conjugación de la palabra, música, imagen y danza, podemos hallarnos frente al sentimiento de la partida, el camino y el regreso. Diez piezas, diez sensaciones distintas con un solo hombre y dos valijas cargadas con él dentro: sus raíces, recuerdos, orígenes, anhelos… nostalgias que se tienen cuando de pronto se ve al mundo y se siente ajeno.


Holzer traduce y resuelve la pasión tradicional del tango de diez formas, todas dentro de la cotidianeidad del movimiento, y dentro de circunstancias naturales del ser humano, haciendo al cuerpo y a cada una de sus articulaciones, protagonistas, merecedoras de reconocimiento.


El dolor y placer conjugados en el tango exponen maravillosamente el eterno drama humano.


Sara Pinedo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Ser bonita es lo de menos.


Cuando una mujer llora constantemente, sus ojos reducen su tamaño para evitar que se deshidrate por completo. Un vez que el llanto cesa, la superficie interna de su cuerpo ha perdido líquidos y por lo tanto se torna áspera, rígida, acartonada, incapaz de denotar sentimientos...


No fue cualquier lágrima pasajera, ambiental, de moda; fue provocada, inevitable, como el silencio necesario, como la risa imprudente. Mi atención estaba más en su cuerpo que en el mío, me estaba abandonado o quizás guiando, cuando entre feroces gestos el abdomen se contrajo, con veloces palabras las piernas temblaron, y en una carrera con resultado de empate dos gotas se escaparon.


Supe que había pasado, no era una historia ajena a mí, ya antes la había tenido de frente; tal vez con otro guión y distinta protagonista, pero era la misma.


Aproximadamente hace 10 años había vivido un abuso sexual similar al que expone Angélica Liddell, y no precisamente como espectador, esa injusticia que comparada con los brutales casos de violaciones, mutilaciones y asesinatos, parece insignificante, pero que para sus protagonistas para nada lo es, más aún cuando por vergüenza “se le doblan las esquinas” y se guarda al fondo del baúl de madera, debajo de la ropa colorida, las fotos de amigas, los juguetes favoritos y los libros que te gustaba leer antes de que tu tío interrumpiera tu pasatiempo para tocarte los senos… reprimiendo recuerdos cuando más valiera haberlo escrito en varios post-its amarillos y pegarlos al refrigerador junto tus dibujos, calificaciones, recibos de pago y la lista del mandado.


La actriz ibérica deja en completo silencio al Teatro Manuel Doblado mientras grita como recibió su primer título de puta, acompañado de un golpe patrocinado por su padre militar; le robó risas relatando irónicamente sus destrozados ideales de infancia leyendo Heidi, Mujercitas, la biografía de Maria Antonieta y Aprendiendo a volar; lo sorprendió cortando sus piernas y quemando sus manos para manifestar el repudio ante una sociedad que ve a la mujer como un adorno provisional o un objeto sexual y su apatía ante los hombres que las consideran inferiores: “¡quiero ser una verga entre las vergas, no una concha entre las vergas!”.


No hay forma de expresar un desgarre interno, que no sea desgarrándose por fuera, y es exactamente lo que hace Lidell, mostrando a una mujer que se aleja del mundo enajenada, defraudada, devastada por el género masculino, buscando incluso la utópica inocencia erótica en un animal: “¡un caballo vale más que todos vosotros juntos!”.


En definitiva, “No soy bonita” no es un montaje para disfrutar, divertirse, u olvidarse de la realidad en el teatro, sino todo lo contrario: para reflexionar la situación tan real como cotidiana e ignorada, para incomodarse gracias al texto o al trabajo de cuerpo, avergonzarse porque nuestro país sirve como fiel ejemplo de la iniquidad y misoginia mundial, cuando Angélica dice que “a México hay que venir con una cruz”, haciendo referencia a las muertas de Juárez, mientras los demás cruzamos los brazos o nos dedicamos a aplaudir una obra de teatro donde no hay quien reciba los aplausos.


Si “las mujeres se dividen en vírgenes, paridoras y putas”,

yo quiero ser puta.

Las vírgenes pronto serán paridoras.

Las paridoras pronto serán abandonadas.

Las putas siempre serán putas.



Sara Pinedo