En un suelo que no es el mío, donde no reconozco ninguna faz, en el momento más vulnerable, ataca la soledad. Cargando a cuestas fantasmas de antaño, recuerdos moribundos, fetos de sueños que no nacerán, y deseos que quisiera matar… En otro momento quizás me harían daño,ahora estoy tan solo que comienzo a necesitarlos.
Si Armando Holzer diera clases de cocina y “Al ras” fuera la especialidad de la tarde, no sacaría del microondas el platillo listo para saborear, no lo decoraría, ni serviría e invitaría a probarle. A cambio, tomaría cada ingrediente de forma individual y mostraría de dónde proviene, a qué huele, cómo se siente al tacto, qué figura y color tiene, a qué sabe… en fin, ¡que no impresione la forma, sin que se perciba la esencia!
Ese momento, hubiese sido descrito por mi tía como “un muchacho con lombrices”, y sería totalmente valido como opinión, porque esta puesta no busca construir un determinado pensamiento o sentimiento en el espectador, no tiene la pretensión de pavonearse diciendo: “Así se baila el tango”. Es un trabajo dedicado al interior que todos poseemos y la mayoría olvidamos, si bien son pasos que evocan a la estética, también son de lo más cotidianos: Trasladarse, girar, mantenerse estático, mover articulaciones, perder el equilibrio, brincar, ¡respirar! Tan maravilloso cada movimiento, cada pliegue y expansión del cuerpo, es una lástima que deban nombrarlo protagonista para percibirlo, y peor aún, en el otro. Jamás en uno mismo.
Darío Castro ejerce a la perfección un protagónico donde el personaje es el mismo, representando a tantos con una historia similar que contar. Gracias a la emotiva conjugación de la palabra, música, imagen y danza, podemos hallarnos frente al sentimiento de la partida, el camino y el regreso. Diez piezas, diez sensaciones distintas con un solo hombre y dos valijas cargadas con él dentro: sus raíces, recuerdos, orígenes, anhelos… nostalgias que se tienen cuando de pronto se ve al mundo y se siente ajeno.
Holzer traduce y resuelve la pasión tradicional del tango de diez formas, todas dentro de la cotidianeidad del movimiento, y dentro de circunstancias naturales del ser humano, haciendo al cuerpo y a cada una de sus articulaciones, protagonistas, merecedoras de reconocimiento.
El dolor y placer conjugados en el tango exponen maravillosamente el eterno drama humano.
Sara Pinedo.
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